Olvidarse del pan recién hecho en España es difícil. En desayunos, comidas o cenas, es un clásico que no pasa de moda. Sin embargo, pocos saben que un simple gesto como congelarlo y luego descongelarlo puede mejorar su efecto en nuestra digestión y salud intestinal.
Cuando el pan se enfría después de hornearse y pasa por un proceso de congelación, el almidón que contiene cambia. Ese cambio convierte parte del almidón en algo llamado «almidón resistente». Suena técnico, pero es más fácil de entender de lo que parece: este tipo de almidón no se digiere del todo en el intestino delgado, sino que llega al colon y actúa como fibra, alimentando las bacterias buenas del microbioma.
¿Por qué congelar el pan mejora su impacto digestivo?
El almidón resistente funciona como un prebiótico natural. Esto significa que ayuda a mantener un equilibrio saludable en la flora intestinal, algo clave para una digestión eficiente, un sistema inmune fuerte y hasta un mejor estado de ánimo. Además, al reducir el índice glucémico del pan, este pequeño cambio puede ayudar a evitar picos de azúcar en sangre tras comerlo.
Además de cuidar la microbiota, congelar el pan también puede ser útil para controlar las porciones. Tenerlo almacenado en rebanadas individuales y descongelarlo solo cuando lo vas a consumir ayuda a evitar excesos. En consecuencia, esta práctica también puede apoyar metas relacionadas con el peso y la saciedad.
Para obtener estos beneficios, basta con dejar que el pan se enfríe tras hornearlo o comprarlo ya hecho, cortarlo en rebanadas y congelarlo. Después, se puede descongelar a temperatura ambiente o en tostadora. Lo importante es no volver a calentarlo a más de 65 °C, ya que se perdería el almidón resistente.
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