Durante el embarazo, es común que surjan antojos intensos: pizza, chocolate, helado o hasta pepinillos. Muchas mujeres en España y otros países llegan a sentirse culpables, como si ceder a esos impulsos fuera una falta de control o un descuido nutricional. Sin embargo, la ciencia muestra otra perspectiva: hay bases biológicas detrás de esos deseos, y entenderlas puede ayudar a vivir esta etapa con más calma y sin culpas innecesarias.
Desde las primeras semanas del embarazo, el cuerpo de la mujer atraviesa cambios hormonales profundos. Estos no solo preparan al organismo para el desarrollo del bebé, también influyen en el apetito y las preferencias alimenticias. Por ejemplo, se ha identificado que el aumento de progesterona puede disparar el deseo por alimentos energéticos, ricos en grasas o azúcares, como una forma del cuerpo de asegurar reservas calóricas suficientes.
Además, algunos antojos cumplen una función compensatoria. Desear alimentos salados podría estar relacionado con la necesidad de sodio; el gusto repentino por cítricos, con el aumento en la demanda de vitamina C. Escuchar al cuerpo, en este sentido, puede ser una manera sabia de cuidarse.
Nutrición con equilibrio, no con culpa
Ceder ocasionalmente a un antojo no implica descuidar la salud. El enfoque clave es mantener una alimentación balanceada a lo largo del día. Un trozo de chocolate o una porción de pizza no desequilibra una dieta saludable si se acompaña de frutas, vegetales, proteínas y cereales integrales en las demás comidas.
Por otro lado, algunos estudios recientes destacan que reprimir los antojos de forma estricta puede aumentar la ansiedad e incluso llevar a episodios de atracones. En cambio, un enfoque flexible, guiado por el autocuidado y la información, es más beneficioso.
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