Cuando el cuerpo se siente amenazado, como ocurre en situaciones de estrés, libera una cascada de hormonas, entre ellas el cortisol. Esta hormona no solo nos mantiene alerta, también estimula el apetito y, en especial, el deseo de alimentos dulces. En países como México, donde el ritmo de vida urbano y las presiones diarias son constantes, este tipo de antojos se vuelve frecuente.
El azúcar tiene un efecto inmediato: provoca una sensación de alivio gracias a la liberación de dopamina, un neurotransmisor asociado al placer. Es como si el cerebro dijera “necesito una recompensa” para sobrellevar el malestar emocional. Sin embargo, esta sensación es pasajera. Al poco tiempo, los niveles de energía bajan, aparece el cansancio y pueden surgir sentimientos de culpa.
La conexión emocional con los alimentos dulces
Además del efecto químico, existe una relación emocional y cultural con el azúcar. Desde la infancia, muchas personas asocian los dulces con premios, celebraciones o consuelo. En momentos de tensión, el cerebro recurre a esos recuerdos buscando confort.
Por eso, en lugar de luchar contra los antojos, es más útil reconocerlos y aprender a gestionarlos. Identificar si el hambre es real o emocional es el primer paso. También ayuda tener opciones más saludables a la mano, como fruta, chocolate con alto porcentaje de cacao o snacks con fibra y proteína.
Un estudio de la Asociación Mexicana de Psicología Alimentaria publicado en agosto de 2025 reveló que 7 de cada 10 personas en entornos urbanos consumen azúcar en exceso como respuesta directa al estrés, especialmente entre los 25 y 40 años.
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