Comer sin hambre física es algo más común de lo que parece. En México, especialistas en salud mental advierten que el llamado hambre emocional —ese impulso de comer para calmar tristeza, ansiedad o estrés— se ha vuelto cada vez más frecuente. La comida ofrece una sensación momentánea de alivio, pero cuando se usa como escape puede afectar la salud y la relación con el cuerpo.
Este tipo de hambre no aparece en el estómago, sino en la mente. Se manifiesta como un deseo repentino por ciertos alimentos, especialmente dulces, pan o comida reconfortante. A diferencia del hambre real, no surge gradualmente ni se sacia fácilmente. Los expertos explican que reconocerla es el primer paso para gestionarla y aprender a escuchar las verdaderas señales del cuerpo.
Cómo cuidar tus emociones dentro de una dieta saludable
Encontrar equilibrio no significa eliminar los antojos, sino comprender de dónde vienen. Identificar las emociones que desencadenan el impulso de comer —como ansiedad o cansancio— permite buscar alternativas más saludables: caminar, meditar, escribir o simplemente respirar profundo antes de comer. Además, mantener una dieta saludable y rica en frutas, verduras y proteínas ayuda a estabilizar el estado de ánimo y reducir los picos de ansiedad.
Del mismo modo, psicólogos y nutriólogos destacan que dormir bien, tener horarios de comida regulares y evitar el exceso de cafeína o azúcar son hábitos que favorecen la conexión cuerpo-mente. Un estudio reciente del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente concluyó que las personas con estrés crónico son más propensas a desarrollar conductas alimentarias impulsivas. Por eso, aprender a identificar el hambre emocional no solo mejora la nutrición, también fortalece la salud mental.