Seguir el ritmo de la luna para comer suena atractivo, sobre todo en meses como noviembre, cuando muchas personas buscan depurarse antes de los excesos de fin de año. En México, la llamada dieta de la luna circula con fuerza en redes sociales y calendarios alternativos, asociada con pérdida de peso rápida y eliminación de líquidos.
La base de esta práctica es sencilla. Consiste en realizar un ayuno de líquidos durante la luna llena o la luna nueva, generalmente durante veinticuatro horas. Solo se permite consumir agua, infusiones o jugos naturales sin azúcar. Después, se retoma la alimentación habitual sin un plan específico.
El argumento principal se apoya en la idea de que la luna influye en el cuerpo humano de forma similar a las mareas. Sin embargo, hasta ahora no existe evidencia científica sólida que confirme que las fases lunares tengan un impacto directo en el metabolismo, la quema de grasa o la retención real de líquidos en personas sanas.
Dieta de la luna desde una mirada nutricional responsable
Desde el enfoque nutricional, el descenso de peso que algunas personas reportan suele deberse a la pérdida de agua y al vaciamiento digestivo, no a la reducción de grasa corporal. Además, repetir ayunos prolongados sin supervisión puede generar mareos, cansancio y déficits de energía, especialmente en personas con rutinas demandantes.
Por otro lado, quienes deciden practicarla de manera ocasional y regresan después a una dieta equilibrada no suelen presentar efectos graves. Aun así, los especialistas coinciden en que no es una estrategia sostenible ni recomendable como método para bajar de peso o mejorar la salud a largo plazo.
Un punto poco mencionado es que el impacto real sobre la báscula varía más por el consumo posterior al ayuno que por la fase lunar. Mantener horarios, porciones moderadas y variedad de alimentos sigue siendo el factor que más influye en el peso y el bienestar general.
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