En España, comer se ha vuelto mucho más que una necesidad: es una forma de gestionar lo que sentimos. Ansiedad, tristeza, enfado o incluso aburrimiento pueden llevarnos a abrir la nevera sin que realmente tengamos hambre. No es un fallo de voluntad, sino una señal clara de que nuestras emociones están pidiendo atención.
El hambre emocional aparece de forma repentina y urgente. No es gradual, como el hambre física, y suele pedirnos alimentos específicos: algo dulce, salado o grasoso. Además, no se sacia con facilidad y a menudo deja una sensación de culpa o malestar. Este tipo de hambre actúa como un calmante momentáneo, pero no resuelve lo que la provoca.
Por eso, reconocerla es clave. La psicóloga Isabel Menéndez asegura que comer puede darnos un consuelo real, pero puntual. La solución más efectiva está en aprender a identificar la emoción que nos empuja a comer, y encontrar otras maneras de gestionarla. Dormir mejor, movernos más o simplemente hablar con alguien pueden ser aliados inesperados de nuestra alimentación.
¿Interesado en el tema? Mira también: Jornadas médicas impulsan mejoras en nutrición neonatal
Claves para una nutrición emocionalmente consciente
Practicar una alimentación consciente (mindful eating) ayuda a diferenciar entre hambre real y hambre emocional. Se trata de observar lo que sentimos antes de comer, sin juzgar. Comer despacio, sin pantallas y prestando atención al sabor y a las señales de saciedad, fortalece el vínculo con nuestro cuerpo.
En consecuencia, también mejora nuestra relación con la comida. Esto no significa eliminar del todo el comer emocional, sino hacerlo desde una elección consciente y no desde el impulso.
En agosto de 2025, un estudio del Instituto de Ciencias de la Alimentación y Nutrición de Madrid reveló que 6 de cada 10 adultos comen sin hambre al menos una vez al día.